ARTÍCULO 1 DE LA CONSTITUCIÓN

CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA

Hay textos que envejecen con elegancia y otros que se pudren bajo el peso de la hipocresía. El Artículo 1 de la Constitución Española pertenece a esta segunda categoría: brillante en el papel, traicionado en la práctica. Se nos dice que España es un Estado social y democrático de Derecho, pero el “social” se diluye entre intereses privados, el “democrático” se ahoga en la obediencia partidista y el “de Derecho” se convierte en una broma cuando la justicia se dobla ante el poder. Este artículo debía ser la piedra angular de la libertad y la soberanía popular; en cambio, ha terminado siendo un eslogan vacío que los políticos recitan con la misma fe con la que un actor repite su guion: sin creer una palabra.

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CUANDO EL ALGORITMO NO TE SILENCIA SINO QUE TE ENTIERRA

CUANDO EL ALGORITMO NO TE SILENCIA SINO QUE TE ENTIERRA

Vivimos en la era de la censura elegante, aquella que no necesita tachar ni prohibir de manera explícita. Tus palabras pueden publicarse, pero eso no significa que vayan a ser escuchadas. El nuevo poder ya no elimina lo que incomoda: lo entierra bajo toneladas de ruido digital, relegándolo a un rincón invisible donde apenas unos pocos llegan. Es la paradoja de nuestro tiempo: puedes expresarte libremente, pero nadie garantiza que tu voz cruce la muralla algorítmica.

La vieja censura era burda y directa; la de hoy es sofisticada y opaca. Se presenta como neutralidad tecnológica, como simple “orden” en el caos de internet, pero en realidad funciona como un filtro silencioso que decide qué merece ser visto y qué no. Así, el debate público no se construye en plazas abiertas, sino en pasillos estrechos diseñados por algoritmos invisibles que priorizan lo banal y relegan lo incómodo.

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CUANDO CREES QUE SABES DE POLÍTICA

CUANDO CREES QUE SABES DE POLÍTICA

Vivimos en una época en la que todo el mundo “entiende” de política… o, al menos, eso cree. Basta con abrir cualquier red social para encontrar a expertos improvisados que, entre memes y frases hechas, defienden a capa y espada a un partido o atacan al contrario como si se tratara de un partido de fútbol. El problema es que, en demasiadas ocasiones, esa “pasión política” se apoya en conceptos mal entendidos, medias verdades y un desconocimiento alarmante de cómo funciona realmente el sistema en el que vivimos.

Porque, y aquí viene la primera sorpresa para muchos, no todo lo que se llama “democracia” lo es realmente, y no todas las dictaduras llevan uniforme militar o censuran periódicos. La política, como casi todo en la vida, está llena de matices, modelos y variaciones que rara vez se explican en las tertulias televisivas o en los discursos electorales.

En este artículo quiero ir más allá del simple “me gusta este partido” o “detesto aquel gobierno”. Quiero que nos detengamos a mirar el tablero completo: los distintos regímenes políticos que existen en el mundo, cómo se definen, qué prometen… y qué entregan de verdad. Solo así podremos entender el sistema en el que vivimos y, sobre todo, discernir si se parece más a lo que nos han contado o a lo que realmente experimentamos cada día.

Porque opinar sin saber es gratis, pero pensar libremente exige pagar un precio: el de informarse, cuestionar y aceptar que lo que creías cierto puede que solo fuera una bonita etiqueta pegada sobre una realidad mucho menos ideal.

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